martes, 10 de noviembre de 2009

Los Changos No Hacen Blues












Por: Alejandro Ruiz Martínez

La habilidad de tocar el blues fue un tema recurrente cuando éste género se popularizó en los años 60s. El blues es una contribución genuinamente afroamericana, nacido entre el balanceo de palas y picos, combinado con el canto de los esclavos en los campos de cultivo nutridos por el Mississippi en el sur de Estados Unidos a finales siglo XIX. Se dice que esos cantos les ayudaban a resistir sus duras condiciones de vida, por lo que desde entonces se le consideró un género producto de la tristeza del hombre. En realidad este uso del término “blues” lo popularizó William C. Handy al incluirlo en títulos de sus composiciones (Memphis Blues, St. Louis Blues, etc.) para referirse a un estado de ánimo triste o depresivo. Para las primeras décadas del siglo XX los intérpretes más populares del blues eran todos músicos afroamericanos como las cantantes Bessie Smith, Ma Rainey, Ida “Cox” Prather y guitarristas como Charley Patton, “Blind” Lemon Jefferson y Robert Johnson. Durante más de medio siglo ésta música fue casi exclusiva de ejecutantes afroamericanos, época en que la llamaban “música del diablo”, pero cuando músicos británicos “blancos” como Alexis Korner, John Mayall o los Rolling Stones retomaron este género, se comprobó que el hacer blues no era cuestión del color de la piel. Como bien diría John Lee Hooker: “el blues no distingue razas y cualquier persona que se sienta solo puede tocarlo y vivirlo”.
Anatomía del blues
El hacer música es un tema interesante y complejo, ya que son más de uno los aspectos que habría que analizar desde el punto de vista étnico, cultural, histórico y hasta biológico. Para algunos de nosotros es común que nos guste llevar el ritmo o melodía de una canción. No es de extrañarse que podamos recordar decenas de canciones e incluso inventar tonadas en el aire, tal vez porque un elemento esencial de la música, el ritmo, ha sido parte de toda nuestra vida, incluso de nuestra historia como humanos. De entre todos los animales del planeta, los humanos somos los únicos capaces de crear un ritmo y seguirlo indefinidamente a voluntad con nuestro cuerpo, con nuestra voz. Hemos utilizado el ritmo en la diversificación de las expresiones culturales. Por ejemplo basta mencionar que todas las culturas conocidas del mundo tienen cantos y danzas con patrones rítmicos característicos. Otras especies muy cercanas a nosotros, como los chimpancés, no gozan de esta cualidad, ni siquiera con el más dedicado entrenamiento, a pesar de que es la especie que más se nos asemeja al compartir con nosotros el 99% de sus genes.
Los estudios antropológicos más recientes indican que nuestras habilidades musicales son consecuencia de nuestra anatomía, principalmente por la condición erguida y bípeda. Esta disposición corporal de los Homo sapiens, a diferencia de la del resto de los primates, trajo algunas innovaciones anatómicas como lo son una cadera más estrecha y fuerte donde recae el centro de gravedad de todo el cuerpo; así mismo las piernas son más largas y las articulaciones de la rodilla y el tobillo permiten que éstas sean rectas a diferencia de las de los chimpancés. Nuestro centro de gravedad sostenido por extremidades articuladas, largas y rectas permite, junto con la ayuda de los brazos, un balanceo más controlado y eficiente cuando caminamos o corremos, habilidad que se perfeccionó al desarrollar giros, saltos y desplazamientos más complejos que podemos apreciar en casi cualquier danza. Además, esto nos permitió poder cubrir a pie distancias más grandes con menor esfuerzo que si camináramos con los nudillos apoyados en el suelo, como lo hacen los chimpancés, cualidad que a la larga nos permitiría llegar a cada rincón del mundo desde el centro de África.
El otro cambio anatómico que le dio a nuestra especie su capacidad de hacer música se encuentra en la garganta. Al estar erguidos, nuestra laringe (el conducto que comunica la boca con la tráquea y el esófago) se hizo más larga en comparación con la de los chimpancés. Esta condición hizo que se incrementara el espacio del tracto vocal, lo que permite que nuestra voz sea más resonante (ya que cabe más aire) y que realicemos sonidos más versátiles y complejos, como el habla y el canto. Este cambio anatómico fue el más importante en el desarrollo del habla, ya que permitió la pronunciación de vocales claras además de los sonidos guturales que probablemente ya había. Pero este cambio trajo una desventaja, que es que los conductos del aire y el alimento (la tráquea y el esófago, respectivamente) comparten la laringe como vía de entrada, controlando el paso hacia uno u otro conducto por una válvula muscular (la epiglotis). Esto provoca que, a diferencia del resto de los primates, nosotros no podamos deglutir y respirar al mismo tiempo; si esto ocurre, los alimentos o líquidos que viajan por la laringe hacia el esófago pueden entrar a la tráquea, corriéndose el riesgo de sufrir asfixia. Como respuesta de nuestro organismo comenzamos a toser enérgicamente, para expulsar esos objetos de la tráquea y evitar que se bloquee el paso del aire a los pulmones. Es paradójico pensar que una de las características anatómicas que nos hace la única especie en el mundo capaz de hacer música traiga consigo un costo, que personajes Jimi Hendrix, Jim Morrison y John Bonham, entre otros músicos, pagarían con la tarifa máxima al morir asfixiados por su propio vómito mientras yacían inconscientes e intoxicados. De haber tenido una laringe más corta, tal vez hubieran podido tragar su vómito sin que este inundara su tráquea y pulmones, mientras seguían dormidos.
El blues ancestral
Todos estos cambios anatómicos producidos por la condición erguida, tuvieron consecuencias tanto en el tamaño como en el funcionamiento del cerebro de los primeros homínidos bípedos (quienes después darían origen a los humanos). Si tomamos en cuenta estas características anatómicas, entonces podemos pensar que antes de convertirnos en Homo sapiens hace unos 200 mil años, nuestros antepasados homínidos ya sabían hacer música. Incluso se piensa que los neandertales (que no son nuestros ancestros sino otra especie de humanos pero extinta y emparentada a la nuestra), podían haber tenido ya una cultura musical. Quién sabe durante qué parte de nuestra historia como especie empezamos a marcar un ritmo y a combinar sonidos y silencios para hacer música. Actualmente se sabe que los instrumentos musicales más antiguos datan de hace unos 30 mil años, cuando nuestra especie apenas colonizaba lo que es Europa en nuestros días. Estos instrumentos eran flautas hechas de hueso de aves y de marfil, que fueron halladas en el 2008 en excavaciones antropológicas en Alemania. Estos instrumentos representan un salto tecnológico importante en el desarrollo de la música, sin embargo el surgimiento de las habilidades musicales seguramente va mucho más atrás en el tiempo.
Es probable que mucho antes de desarrollar estos instrumentos, los humanos ya éramos capaces de hacer música basada en elementos más simples, como percusiones y vocalizaciones. De hecho es casi seguro que la voz haya sido el primer instrumento musical que los humanos hayamos dominado. Charles Darwin, el autor de la teoría de la Evolución biológica, sugirió que en el proceso de desarrollo del lenguaje, el canto debió haber precedido al habla y no al revés como podría pensarse, ya que los elementos del canto como la entonación y el ritmo son más primitivos que las palabras mismas. Los primeros cantos pudieron estar basados en sonidos de su entorno o repitiendo patrones vocales con cierto ritmo, usando como metrónomo un movimiento periódico de manos, el balanceo de los brazos o los golpes de los pies al caminar. Así, el desarrollo de la condición bípeda trajo como consecuencia que el cerebro desarrollara mecanismos neuronales para mantener la coordinación rítmica de varios grupos de músculos, utilizados para caminar o correr sin perder el equilibrio y hacer de nuestra locomoción un mecanismo eficiente. La combinación de este desarrollo neuronal con el de las capacidades vocales fue lo que le permitió a nuestro cerebro hace miles de años aprender a crear un ritmo y a hacer música, un hecho insólito en la historia de la vida que ahora es inseparable de la cultura humana.
La coordinación rítmica de nuestro cuerpo nos permitió cubrir grandes distancias con un bajo costo energético. De hecho somos la especie bípeda que más territorio puede recorrer a pie. En este caso el ritmo es importante para coordinar la respiración con los movimientos de nuestras extremidades. Tal vez ahora esto no parezca crucial para nuestras vidas, pero hace cientos de miles de años, cuando nuestros ancestros bípedos cazaban en las planicies africanas, esta capacidad podía ser cuestión de vida o muerte. Los caballos, por ejemplo, son especialistas en cubrir grandes distancias a trote, pero su ventaja anatómica está dada por adaptación en su tórax que trabaja como un fuelle, hecho para aspirar y expulsar el aire en cada zancada casi sin esfuerzo, de tal forma que el oxígeno llega a sus pulmones sin gastar tanta energía y esto les permite seguir corriendo durante tiempos prolongados. Nosotros no tenemos esa adaptación y nos cuesta mucho más trabajo cubrir grandes distancias, sin embargo cualquiera que haya corrido una carrera, aunque sea corta, sabrá que el balanceo de los brazos y su coordinación rítmica con la respiración hace un poco más fácil esta tarea. Podemos experimentar esto si intentamos correr con las manos amarradas o metidas en nuestros bolsillos. La imposibilidad de balancear los brazos rítmicamente hará la tarea mucho más difícil. Es justamente en este aspecto de la historia del blues donde podemos darnos cuenta de cómo los cantos de trabajo que lo originaron hace más de 100 años tuvieron una contribución que le daría una cualidad única.
Cantar el blues
Los cantos de trabajo de los esclavos afroamericanos, además de su carácter artístico y de constituir un medio de comunicación, traen consigo la cualidad de que pueden ayudar a sincronizarse a quienes los escuchan y los cantan al realizar un trabajo en grupo. El acentuar ciertos movimientos del cuerpo con frases determinadas de las canciones, puede equipararse a correr bajo un ritmo marcado por la respiración y el balanceo de los brazos. En muchas grabaciones de la primera mitad del siglo XX hechas por el musicólogo texano Alan Lomax, se puede escuchar prisioneros afroamericanos cantando mientras trabajan, coordinando el golpeo de las herramientas con frases o pausas de su canto a capella. Así mismo, en filmaciones para documentar el folklor norteamericano del siglo pasado (disponibles en www.folkstreams.net), se pueden observar prisioneros afroamericanos del sur de EU en su jornada cotidiana de cortar leña, acompañándose con sus canciones de trabajo. Gracias a esas filmaciones podemos imaginar cómo pudieron haber sido los orígenes del blues, ya que se pueden reconocer elementos armónicos y rítmicos característicos como la llamada y la respuesta. Podemos encontrar esta filmación hecha por la familia Seeger en una prisión de Texas en 1966 en el sitio www.folkstreams.net/film,122 (siendo esta una de las últimas filmaciones de los cantos de trabajo de prisioneros afroamericanos). El testimonio de un prisionero es bastante explícito: “Cuando llegué aquí no sabía cortar leña, pero aquí me enseñaron a cantar “Let the Hammer Ring”, así que vi como alguien comenzaba a cantar “…Let the hammer ring!” y todos le respondían en coro, al mismo tiempo que 300 hachas caían en el aire para cortar los troncos”. El trabajo fílmico de los Seeger también nos permite atestiguar los orígenes africanos de esta forma de trabajo, como se puede apreciar en el vídeo tomado en 1964 a pescadores de Ghana, donde una decena de hombres reman cantando en sincronía guiados por las percusiones de un tambor y campanilla a bordo, respondiendo en coro a los hombres de una lancha vecina. En la playa, las redes son arrastradas por hombres, mujeres y niños cantando y bailando, acompañados de silbatos y percusiones, lo que parece una danza tribal donde todos están unidos por las cuerdas de la red de pesca (ver el video en www.folkstreams.net/film,123). Para ellos es solo un día normal de trabajo, pero sus cantos lo convierten en una celebración colectiva.
A pesar de estas similitudes en la forma de realizar el trabajo por parte de los esclavos afroamericanos en EU y los trabajadores de África, Bruce Jackson (Nueva York, 1936; profesor de cultura americana y folklor quien trabajó de cerca con los Seeger) observó diferencias importantes que plasmó en sus notas como dice a continuación: “Las grandes plantaciones en el sur de EU estaban basadas en los modelos de agricultura del occidente de África; los esclavos negros en EU usaban canciones de trabajo igual que desde antes de que fueran tomados como prisioneros y vendidos a los hombres blancos, dueños de la plantación. Pero había una diferencia: en África las canciones eran usadas para hacer los movimientos del cuerpo con un tiempo medido y a la vez darle un sentido poético a las cosas que hacían, porque ellos así lo querían. En cambio, en las plantaciones norteamericanas se les agregó un componente de supervivencia; si un hombre era apartado y trabajaba muy lento, era castigado brutalmente. Así, las canciones mantenían a todos juntos, nadie se quedaba atrás”. De esta manera, las agotadoras jornadas de trabajo de los esclavos eran soportadas no solo por desahogar sus penas cantando, sino también porque el canto les ayudaba a hacer bien su trabajo.
Estas evidencias le dan una cualidad especial al blues ya que, desde sus orígenes, el blues es un estilo de vida, de trabajo, un canto de resistencia, de supervivencia, una forma de trabajar en grupo y enfrentar obstáculos. Es una forma de comunicarnos con a pesar de no gozar de plena libertad. Esto es lo que le da una legitimidad incomparable al blues, lo que lo hace inmortal, lo que lo hace parte esencial de la cultura humana. Además de ser un género precursor de gran parte de la música moderna, el blues ha acompañado a la humanidad desde que surgió en los campos de algodón hace más de un siglo y siempre constituirá un recurso para liberarnos de la opresión y el abuso; solo hay que marcar un ritmo con nuestras manos, bailar mientras entonamos una melodía de blues y una magia centenaria saldrá a relucir en estos días de crisis y violencia. Dejen que el blues los acompañe... larga vida al blues.

Copyrigth. Todos los derechos reservados. Texto publicado en Palabra de Blues Año 0 No. 7 Noviembre 2009. Ciudad de México.